Escribir es como sacar fotografías que otras personas pueden utilizar para ordenarlas, examinarlas y crear un mapa de sus propias vidas. A veces es para uso exclusivo personal; y fotografío para entenderme y dar sentido a las cosas que vivo. Escribir me ayuda a desenterrar preguntas.
Estoy en una mesa de madera a las afueras del hotel M., en Bruselas, rodeada de estudiantes de fin de curso y vasos de cristal vacíos. El cielo está nublado y amenaza con llover. Estas tres semanas han sido frenéticas, llenas de hoteles, vuelos, cafés y libros. Llevo mucho tiempo sin sentirme tan dueña de mi misma. Y tengo muchas ganas de escribir.
Eran las vacaciones que necesitaba. Ahora, entrando en la última semana de vacaciones, me doy cuenta de lo poco que me define el trabajo, y me pregunto cómo he podido priorizarlo tanto en otras épocas de mi vida e incluso construir mi identidad alrededor de él. ¿A quién le importan los resultados estratégicos de la compañía cuando estás mirando a través de una ventana de un tren el verde paisaje de los pueblos del oeste de Noruega? ¿No es el correr del río y el brillo azulado que desprende algo mucho más importante a lo que prestar atención?
Desde que me mudé al extranjero y me cambié de trabajo pienso mucho en quién soy, sobre todo ahora que no tengo a mi círculo cercano para definirme. En cada conversación soy nueva. Cada persona que conozco no tiene ni idea de mi pasado, como unas vacaciones de larga duración. Quién soy es fácil de saber en la ciudad donde te criaste, delante de las personas que te conocen, en las miradas de los amigos con los que te tomas un café, y donde puedes contar tus últimas experiencias sin tener que poner contexto. ¿Quién eres? La pregunta me mira a la cara, y busco estrategias para responderla.
He leído hace poco sobre la importancia de la socialización para construir la identidad, ya que permite que podamos construir una narrativa sobre nosotras mismas que las demás reflejan. Y creo que desde siempre he buscado esa socialización por mis propios medios, en cada época aprovechando lo que más tenía a mano para poder identificarme con los demás a través de la compartición de experiencias: libros, series y películas, personas (conversaciones) y viajes. Y todas estas cosas tienen algo en común: un comienzo, una transformación y un final. Quizá sea esto: muchas transformaciones y compartir con los demás la enseñanza de dicho proceso.
Con el pasar del tiempo cada vez me convenzo más de que esas narrativas compartidas, esa devolución que se realiza durante una conversación, (o una lectura, que en el fondo también es conversar), es la brújula que me rescata y me permite centrarme. Siempre que me pregunto quién soy y no sé qué responder, leo. O escribo. O ambas cosas.